Fórmula 1
Max Verstappen, el león holandés
El de Red Bull se encuentra en el mejor momento de su carrera deportiva tras conseguir la segunda victoria de la temporada en Alemania
De entre todos los felinos que existen, el león es el más sociable, característica que lo distingue del resto. A primera vista, se aprecia cómo un animal tranquilo, protector de sus amigos, pero cuando la situación se complica y hay que ir al ataque no duda ni un instante. La mansa fiera, se convierte en imparable y temible. Extrapolándolo a la F1, Max Verstappen es un león manso visto desde fuera, pero temido una vez que se apagan las luces de los semáforos.
En la pista: furioso, enérgico, desbocado, veloz, competitivo hasta la última milésima. La palabra «derrota» no es admitida en su vocabulario. Siempre quiere más, con sed de victoria en cada carrera. Un león holandés indomable en ciertos momentos. A su corta edad -21 años- ya ha subido siete veces al cajón más alto del podio y otras 26 repartidas entre segundos y terceros, en un total de 92.
La primera victoria fue en el GP de España con tan solo 18 años, batiendo el récord de precocidad en ganar un Gran Premio de F1. Acababa de cumplir la mayoría de edad y ya entraba en los libros de historia de la competición. La última victoria hasta la fecha, hace tan solo unos días, bajo el diluvio alemán. Impuso su ley con firmeza y rotundidad con el propósito de romper todos los esquemas establecidos, comparado por momentos con la leyenda Ayrton Senna. Si nos dicen que en el Hockenheimring el que pilota el Red Bull es la reencarnación del tri campeón brasileño, alguno lo creería. Cuando las condiciones climatológicas son adversas, su estrella reluce con fuerza.
Hay pilotos que tienen un brillo especial, un talento que les viene de fábrica. Son Fangio, Senna, Prost, Lauda, Jim Clark, Jackie Stewart, Graham Hill, Schumacher, Alonso, Hamilton y… Max Verstappen. Otros, no sin talento, se han coronado pero debieron perfeccionar y pulirse con más trabajo, más rodaje, más horas en los circuitos, análisis de los monoplazas, más telemetría.
Todos los citados anteriormente, muestran algo en común: son campeones del mundo, excepto uno: Max Verstappen, aún no lo es, pero va en camino. Aterrizó con 16 años en el gran circo y ya dejó huella de su capacidad para levantar a las masas de sus butacas. Para lo bueno y para lo malo. Todo campeón lleva un rebelde dentro (por ejemplo, a empujones con Esteban Ocon en el GP de Brasil 2018). Max, no iba a ser menos.
El talento descontrolado y desmedido de las últimas temporadas ha dado paso al temple, a la seriedad, a la regularidad. Atrás quedaron esos errores que le condenaron por nerviosismo, impetuoso, por querer comerse a sus rivales, sobrepilotando más que pilotando. Esta temporada, no concede ningún cero. La madurez alcanzada en este último curso, le convierte en un piloto casi indestructible. En el mano mano no especula, acecha a su presa, tantea el terreno, ataca, asfixia y acaba devorando a su rival. Prueba de ello, son las sendas luchas con Leclerc en Austria y Gran Bretaña.
Tiempos pasados fueron mejores, dice el refrán. Para el joven holandés no es así. «Trae el coche a casa», le solían transmitir desde el box por miedo a que no regresara con el monoplaza de una pieza. Ahora, no solo lo deposita en el garaje sino que se ha acostumbrado a incluir una copa de cada circuito dentro del cockpit. Dos victorias en tres carreras. De las últimas 20, su peor posición ha sido un quinto puesto, una media de cuarto y sin tener uno de los dos coches más rápidos de la parrilla. Verstappen, licencia para ganar.
Por el momento, eximen al bueno de ‘Mad Max‘ pelear el trono al rey Lewis. Sus iniciales estarán obligadas a quedar marcadas en el futuro solio. El guerrero ha desenfundado su espada, por lo que será difícil que caiga en combate y más si Honda y Red Bull le proporcionan mejoras en su armadura. Un campeón emergente.