Midori Kurve
«Mentirijillas» Hamilton
Uno de los principales problemas que tiene el aficionado medio es que soporta mal convivir con la idea de que su ídolo deportivo no es perfecto. Ni falta que le hace, añadiría yo…
Viniendo esta primera frase de un alonsista declarado y confeso como yo, entiendo que resulte alarmante o tendenciosa, pero os cuento: acepto a Fernando Alonso como es.
En una entrevista que me hizo en 2010 mi buen amigo Martín Herzog para el canal Zeptem [Orroe, por Martín Herzog], a la pregunta de qué le diría a un alonsista, contesté sin pestañear que Fernando es de carne y hueso, tiene días buenos y malos, y le pasan cosas chungas y hermosas que afectan a su trabajo, como le ocurre al resto de seres humanos. Sinceramente, creo que aquí está la raíz de todo, en no idealizar demasiado un personaje que, por mucho que queramos, jamás dejará de ser una persona.
No me extiendo. Este entender a mi ídolo de las carreras como un tipo con sus virtudes y defectos me permitió reclamar públicamente en 2007, por ejemplo, que luego de que McLaren fuese excluida del Campeonato de Marcas por espionaje a Ferrari, ni al de Oviedo ni al niño del viento les permitieran puntuar porque se desvirtuaba el campeonato. O que tras conocer en 2009 los entresijos del llamado crashgate, pidiese que aquella carrera fuese sacada del Mundial. Pero había un problema, ambas soluciones habrían mermado la aureola que rodea actualmente a Lewis Hamilton, y, obviamente, ni la FIA ni Bernie Ecclestone estuvieron por la labor de hacerme caso.
Sin ese primer año en que el británico basa su portentosa carrera deportiva, en la cuál, ha pasado a la historia de nuestro deporte como un novato que en su primera participación en F1 supo poner contra las cuerdas a todo un bicampeón del mundo, casi ganando el título, Lewis no sería Lewis.
Comprendo que no es vendible un estreno en la máxima disciplina con descalificación incluida, ni que por una minucia como lo de Singapur 2008, el vencedor de aquel año debería haber sido Felipe Massa…
Hamilton no lo habría soportado, ni tampoco los muchos que prefieren mirar hacia otro lado en la actualidad antes que aceptar la cruda realidad.
Sea como fuere, Lewis está cogido con alfileres, está inflado como un globo, es un héroe de mentirijillas, así, como suena. En 2014 triunfó porque a Nico Rosberg lo ataron después del incidente de Spa-Francorchamps, y en 2015 casi por lo mismo. No obstante, al de Tewin le sobra tanto ruido alrededor que resulta casi imposible insinuar que sin tanta mandanga, la última década del automovilismo en su máxima expresión no tendría sentido si no incorporamos su nombre.
Veloz, sorprendente y furioso a una vuelta, Hamilton vale su peso en oro y sería idiota negarlo. En carrera es puro espectáculo, tal vez el único espectáculo que nos queda. Por eso le admiro, porque al igual que me ha ocurrido siempre con Fernando, entiendo que cada piloto lucha por su objetivo con todos los medios que tiene a su alcance, que en el caso del británico son muchos, para qué vamos a negarlo.
Puede que le sobren algunos títulos. Puede, también, que con esto del tirón de orejas a Vettel por parte de la FIA, Mercedes AMG se haya asegurado el cuarto para el británico, pero no quiero ocultaros que a mí me da lo mismo porque el de Tewin me gustará siempre, tenga los números de Alain Prost, Michael Schumacher, o los de Stirling Moss. En pista sólo hay un Lewis, y ése es el que eclipsa al otro, al de metirijillas, el que nos venden los medios. Con él me quedo caiga quien caiga…
Queredlo por lo que es, no por lo que os cuentan. Disfrutaréis el doble.
Os leo.